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Hace algunos años atrás un amigo me enviaba una foto donde se podía apreciar a dos hombres de una tribu de pueblos originarios de Argentina (mi país) entrelazados en un gesto de Lucha. En esa época había investigado algo sobre los pueblos originarios y su relación con la Lucha (Wrestling), y publique un articulo muy corto sobre eso. Hoy volví a ver la foto y volví a meterme de lleno en el tema, y es por eso que les comparto una pequeña ampliación sobre mi investigación, además de adjuntar un articulo escrito por Cristian García Marquez, el cual me pareció excelente para tener una mejor perspectiva sobre la tribu de Luchadores de Argentina, conocidos como Selk´nam. Sin mas, vamos al Archivo de Lucha de hoy.

Los luchadores Selk'nam

Los Selk’nam habitaban la Isla Grande de Tierra del Fuego y eran, junto a los Tehuelches, los indios más altos de América, con una estatura promedio de 1,80 mts y su impresionante fuerza física asombraban a sus visitantes europeos como a sus vecinos indios, quienes les temían bastante. Recordemos que en el siglo 17, la altura promedio de los europeos rondaba los 1,65 mts. Los Selk´nam eran poseedores de una cultura muy desarrollada, la cual incluía costumbres, música, caza y métodos de Lucha para el combate cuerpo a cuerpo y para la recreación de forma competitiva.  

Buscando registros y referencias sobre la Lucha Selk´nam, me encontré con el testimonio de Stephen Lucas Bridges (1874-1949), hijo del misionero Rev. Thomas Bridges, el cual pasó muchos años en Harberton, el rancho de la familia en el Canal de Beagle en Tierra del Fuego. Stephen estuvo en un estrecho contacto con los hombres del pueblo local Selk'nam, y se convirtió en un hablante fluido de su idioma, además de aprender, casi todas sus costumbres y tradiciones orales. 

Alrededor del año 1900, Stephen compiló una pequeña colección de mitos y observaciones personales de los Selk´nam. Se dice que el manuscrito escrito por Bridges fue enviado por Ubaldo de Sívori al general argentino (y expresidente) Bartolomé Mitre. El manuscrito, hoy puede encontrarse dentro del museo Bartolomé Mitre, ubicado en la calle San Martín 336, donde vivió Bartolomé Mitre junto a su esposa, Delfina Vedia, y sus seis hijos entre 1859 y 1906. 

Stephen Lucas Bridges publico una versión mas pulida de su manuscrito que apareció más tarde en su libro autobiográfico "Uttermost Part of the Earth" (El último confín de la Tierra) publicado en el año 1948. El texto puede comprarse por internet en plataformas como amazon.com o mercadolibre.com y existe en dos versiones, una digital y otra impresa. 

Dentro del manuscrito original, Bridges escribió los nombres de personajes míticos e historias que aprendió de ellos, algunas anécdotas y encuentros competitivos de Lucha y destrezas. En uno de estos manuscritos cuenta los siguiente: 

"Cuando dos grandes grupos se encuentran en términos bastante amistosos, a menudo corren una carrera de dos a seis millas. Todos los hombres se incorporan entre los 15 y los 40 años, salvo que estén enfermos o de luto. No tienen premios e incluso los últimos se quedan hasta el final de la carrera. También luchan cuerpo a cuerpo equipo contra equipo, pero solo un par a la vez; tan pronto como un par baja, otro par está listo para comenzar a luchar. Los hombres forman un círculo interior alrededor de los luchadores y las mujeres y los niños se apiñan afuera. Luchan en terreno blando para que nadie resulte herido. Si dos hombres descubren que son bastante iguales, continúan luchando con intervalos cortos hasta que uno u otro ha tenido suficiente y lo dice; el otro se considera el vencedor". 

"Juegan tirando flechas despuntadas entre ellos, pero nunca una tribu contra otra. Un hombre fuerte puede disparar una flecha a 200 metros, pero no disparará a un guanaco a más de 40 metros de distancia. Tienen una vista espléndida y siguen el rastro de un hombre sobre el campamento y el terreno pedregoso de una manera que no es posible explicar. Tienen mucho miedo a las enfermedades, pero no tienen miedo de morir luchando; son terriblemente vengativos y pocos hombres de 30 años no han cometido al menos un asesinato". 

El testimonio de Bridges es realmente bueno, por otra parte, pude encontrar los documentos de Alberto de Agostini (1883-1960), misionero salesiano de Don Bosco, fotógrafo, documentalista, montañista y geógrafo. Alberto como fotógrafo hizo un trabajo exhaustivo documentando gráficamente paisajes naturales de una zona casi desconocida hasta entonces junto a las tribus de naturales del lugar. Entró en contacto con los pueblos originarios australes, entre ellos los Selk´nam, a quienes describió en varias obras y retrató por medio de numerosas fotografías. Alberto describía que la lucha cuerpo a cuerpo era una diversión muy importante entre los hombres. Practicaban con los cuerpos desnudos, que, en el caso de eventos formales, eran pintados de rojo.  

"Por su interés y deseo de superación, se preparaban desde pequeños. La forma de luchar era tomar el cuerpo del otro y tratar de hacerlo caer, esto se prolongaba hasta que uno era derribado. Otro uso de la Lucha, fue a la hora de intentar resolver problemas o discusiones entre compañeros de diferentes grupos o bandos, en este caso podían llegar a luchar en parejas o bandos, el combate se tornaba mucho más violento, y se permitían los golpes, que en ocasiones, provocaban la muerte de un contendiente".

Dentro de la cultura Selk´nam, los chamanes gozaban de gran prestigio, así como también los hombres con títulos honoríficos como k´mal (guerrero) o Sorren (campeón de Lucha).  

Otro gran testimonio bien documentado que encontré sobre los Selk´nam, fue el de Martin Gusinde, quien fue un sacerdote y etnólogo muy conocido por sus trabajos antropológicos, especialmente entre los diversos grupos de Tierra del Fuego. Escribió varios libros, entre ellos "Los indios de Tierra del Fuego: resultado de mis cuatro expediciones en los años 1918 hasta 1924". En ese libro en particular, Gusinde publico mas de 1200 imágenes conservadas en los archivos de la misión y digitalizadas por los editores del libro, las cuales recrean tradiciones, ritos y deportes. 

Martin Gusinde fue ordenado sacerdote en Alemania en 1911, esperaba viajar a Nueva Guinea para trabajar como misionero entre tribus exóticas. En cambio, sus superiores lo enviaron a Chile para enseñar en la escuela alemana de Santiago. A los pocos años, sin embargo, encontró su vocación en el Museo de Etnología y Antropología de Chile, realizando expediciones a Tierra del Fuego en el extremo sur de Chile y Argentina. Las inquietantes fotografías de Gusinde de los pueblos Selk'nam, Yamana y Kawésqar, ahora recopiladas y publicadas en Las tribus perdidas de Tierra del Fuego, presentan una forma de vida que ya estaba al borde de la extinción cuando visitó la región en 1918-1924. y que desde entonces ha dejado de existir. 

Gusinde fue por primera vez a la Isla Grande de Tierra del Fuego en diciembre de 1918, lleno (en sus propias palabras) de un “entusiasmo indescriptible” y “sueños juveniles” de un encuentro con tribus arcaicas. El joven Charles Darwin, en su famoso viaje a Sudamérica en 1832, quedó impactado por el estado primitivo de los nativos de Isla Grande: "Uno apenas puede hacerse creer que son semejantes y habitantes del mismo mundo", escribió... 

Sin embargo, cuando Gusinde llegó al asentamiento de la misión de La Candelária, sus ilusiones se "hicieron añicos" y "demolieron". En ese momento, los una vez populosos Selk'nam (unos 4.000 habitaban la región en la década de 1880) se habían reducido a unos pocos cientos que vivían en la pobreza alrededor de la misión. Además del flagelo fatal del sarampión y la viruela que diezmó a otros grupos amerindios, los selk'nam fueron seleccionados en la década de 1890 para una campaña de genocidio: el ingeniero rumano Julius Popper pagó recompensas por cabezas y orejas selk'nam y organizó partidas de caza para sacarlos del territorio para dar paso a mineros y ganaderos. 

La fotografía fue un aspecto importante del esfuerzo científico y humanístico de Gusinde, y "Las tribus perdidas de Tierra del Fuego" es el primer libro que aborda este aspecto de su trabajo por derecho propio. 

A continuación les dejo el articulo escrito por Cristian García Marquez, espero que lo disfruten.

Introducción 

Mientras Fernando de Magallanes navegaba, en 1520, el estrecho que luego llevaría su nombre, divisó desde su embarcación y en la oscuridad absoluta de la noche austral una inmensa extensión de tierras y bosques, salpicadas por un sinnúmero de fueguitos. Haciendo gala de la originalidad que caracterizó siempre a los conquistadores españoles, bautizó a esas tierras desconocidas “Tierra de los Fuegos” (actualmente Tierra del Fuego).

 Los fueguitos que encandilaron a Magallanes no eran otra cosa que los grandes fogones en los que los diversos grupos Selk’nam se abrigaban de las heladas noches del “fin del mundo”, y la tierra desconocida que bautizó el adelantado estaba habitada por éstos desde hacía aproximadamente 10.000 años. Los Selk´nam (mal llamados “Onas”) eran una cultura de cazadores/recolectores, “neolíticos” a ojos europeos, poseedores de una antigua y rica cultura. Tan rica y desarrollada, que con sus vecinos balseros, los Yaganes, la otra gran etnia de la Isla, no compartían herencia genética, idioma, organización social ni cosmogonía.  

No conocían la propiedad privada, las jefaturas hereditarias ni la esclavitud. Basaban su subsistencia en el aprovechamiento minucioso de la ecología de su entorno, y su existencia giraba en torno al seguimiento de las grandes manadas de guanacos, principal fuente de alimento, vestimenta y utensilios. La adaptación de los Selk’nam a su entorno les permitió subsistir milenios sin modificar su forma de vida. Si bien se conocen testimonios de viajeros y exploradores que tuvieron contacto esporádico con los Selk’nam antes de la década de 1880 (Charles Darwin y el perito Francisco Moreno entre ellos), es en estas fechas cuando los contactos se hacen regulares: será el principio de un final estrepitoso que en 20 años acabó casi por completo con una cultura milenaria.  

El principio del final

Desde las décadas finales del siglo XIX la Isla Grande de Tierra del Fuego recibirá, con el auspicio de los estados de Argentina y Chile, diversos personajes provenientes de Europa. Estos embajadores de la “civilización” y el “progreso” occidentales arribarán a las inhóspitas tierras del extremos sur del continente americano seducidos por las noticias de oro, las promesas de tierras disponibles para el osado que se atreva a reclamarlas, o motivados por el cristiano propósito de salvar almas en tierras salvajes. Todo parece indicar que la labranza de tierras incultas requería un esfuerzo y una paciencia inaceptable para espíritus ansiosos por ganancias rápidas, y la posesión de tierras por los colonos redundó en la cría de ganado ovino, apto para desarrollarse en el clima y la ecología fueguina, que podían ser aprovechados tanto su lana como su carne, y con las facilidades portuarias necesarias para insertarse rápidamente en el mercado internacional.

Desde 1883 comenzarán a afincarse las primeras explotaciones ganaderas de Tierra del Fuego. El gran terrateniente José Menéndez llevará adelante una verdadera industria del ganado ovino. Como señala el historiador español José Luis Alonso Marchante en su libro “Menéndez, rey de la Patagonia”, familias como los Menéndez y sus competidores y posteriormente socios, los Braun, fueron parte fundacional de la Sociedad Rural de Tierra del Fuego y propietarias de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que llegaría a tener 1.376.160 hectáreas, 1.250.000 lanares que producían 5.000 millones de kilos de lana, 700.000 de cuero y 2.500.000 de carne anuales. La cría de ovejas, y la industria que surgió a su alrededor traerán aparejadas grandes transformaciones en el espacio fueguino, modificando para siempre la vida de sus habitantes originarios. 

Una libra esterlina

Los alambrados dividirán el territorio por el que siempre se habían movido los guanacos, y las insaciables ovejas devorarán los pastos de los que éstos se alimentaban. Por esta razón los guanacos se irán alejando paulatinamente hacia el sur de la Isla, a salvo de hombres y cercos, lo que será un golpe fatal para los Selk’nam, que dependían enormemente de la caza de este animal para su supervivencia.

Sumidos en el hambre y la desesperación, e ignorantes de la propiedad privada, los originarios comenzarán a cazar las ovejas, lo que no gustará nada a los terratenientes, que para controlar a los “ladrones” ofrecerán una libra esterlina por par de testículos o de senos, y media por par de orejas de niños, a quien se ofrezca a poner fin al problema. El poder que los grandes terratenientes y sus fuerzas tenían no sólo sobre el territorio fueguino, sino incluso sobre la vida y muerte de sus habitantes, era prácticamente total.

En el año 1888 se había establecido en la Isla Dawson la primera Misión de los hermanos salesianos, con el propósito de evangelizar y civilizar a los salvajes. Pero los sacerdotes no tardarían demasiado en observar el trato cruel que los terratenientes y sus fuerzas dispensaban a los originarios, y horrorizados ante esta situación, acabarán por centrar su misión en la protección, la denuncia tímida de las atrocidades, y el amparo en las misiones. Los terratenientes contaban con que los salesianos “reubicarían” a los Selk’nam en sus misiones cuándo tomaban posesión de las tierras que estos milenariamente habían habitado. Por esta labor, la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego premiaba a la Misión con una libra esterlina por cada fueguino acogido. 1 libra esterlina (1 dolar, actuales) era el valor de la vida de cada Selk’nam. 

Los salesianos tampoco se abstendrán de montar sus propias estancias ganaderas, y utilizar a los fueguinos como mano de obra gratuita. Las Misiones acabarán por ser verdaderos campos de concentración, donde la depresión, las condiciones de vida y las enfermedades diezmarán a los Selk’nam a una velocidad que los fusiles Remington jamás hubieran alcanzado. 

Los últimos

El genocidio de los Selk’nam derivó de dos factores nodales: la necesidad de delimitación territorial del Estado Nacional (para lo cual se valieron sobre todo de estos “colonos”), y la implantación de lógicas de producción capitalistas, sobre todo a través de las estancia de ganado ovino y la industria que se desarrolló alrededor de ésta, y las modificaciones ecológicas que esta implantación impuso.  

La imposibilidad de absorber como mano de obra a los originarios fue el argumento que utilizaban los terratenientes para justificar la reclusión en las misiones, y la necesidad de controlar los “robos”, la excusa para las matanzas. Pero la crueldad y el ensañamiento de los terratenientes no pueden explicarse fácilmente. Éstos poseían el control absoluto de las tierras, de los funcionarios estatales ( lo que les permitía hacer de su voluntad ley) y, sobre todo, una ideología de superioridad racial. Iba de la frenología a las adaptaciones sociológicas del evolucionismo darwiniano, y era atributo de las oligarquías nacionales en general (lo que las emparentaba con las europeas). Esta ideología les daba justificación y les quitaba remordimientos. 

Si para 1891 (8 años después de la implantación de la primera estancia ganadera en Tierra del Fuego) la población Selk’nam se redujo a 2000 (menos de la mitad), para la primera década del siglo XX los Selk’nam, recluidos en las estancias en las que sus descendientes habían comenzado a trabajar desde niños por techo y comida, quedaban menos de 200. La mayoría de su cultura, incluso su idioma, estaba desaparecido.  

Aculturación obligatoria

En las misiones se los bautizó, cambiando sus nombres y asignándoles en muchos casos los apellidos de sus dueños, y se les impusieron nuevas costumbres. En las estancias se les prohibió hablar su lengua.

En 1966 moría, a los casi cien años Lola Kiepja, última persona viva nacida y criada en la cultura Selk`nam. Su testimonio fue preservado por la antropóloga francesa Anne Chapman, que pudo conservar en cintas y relatos el idioma, las canciones, las historias y los lamentos de una cultura que fue exterminada de forma deliberada. 

Lola Kiepja murió en la pobreza, vendiendo por monedas sus tejidos de lana, viviendo de la caridad de los peones de estancia que le acercaban carne, y de las propinas de los turistas que se acercaban a su casita a tomarle una foto. Lola nunca quiso hablar el castellano más que lo necesario, y nunca pudo (o quiso) adaptarse al mundo que le impusieron.  

Lola nunca dejó de sentarse por las noches al abrigo del fogón. Nunca pudo entender el desprecio y la crueldad. Lola Kiepja murió sabiéndose la última persona que vivió, en sus primeros años, a la manera Selk`nam.  

Espero que hayan disfrutado de la lectura, les dejo una foto de Lola Kiepja, y espero recibir sus comentarios abajo, en la caja de comentarios. 

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Saludos, nos vemos en el próximo Archivo de Lucha - Emiliano Eijo 

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