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Hoy buscando algo para releer, me aventuré a explorar mi biblioteca, un rincón de conocimiento repleto de apuntes, enciclopedias, diccionarios esclarecedores y una ecléctica colección de libros que abarcan una amplia gama de géneros. Fue en este tesoro literario, entre los volúmenes dedicados a Historia, Culturas y Filosofía, donde hallé un antiguo ejemplar que mi padre generosamente me obsequió en el año 1986. En ese momento, yo era un niño de tan solo 7 años, pero mi curiosidad me llevó a adentrarme en sus páginas por primera vez.

Esta obra, concebida por la pluma de Kenji Okura y magistralmente traducida al español por Roberto Cesar Rosaspini, vio la luz en la efervescente década de los ochenta. En sus páginas, el autor japonés desgrana las historias de los auténticos maestros Ninja del pasado, trazando el relato de su surgimiento, su apogeo, los momentos de declive y su presencia en el presente.

Al volver a sumergirme en esta obra, un torrente de recuerdos de los años ochenta se desató en mi mente. En esa época, un nombre resonaba con fuerza en el mundo de las artes marciales y el cine: Sho Kosugi, un virtuoso artista marcial y actor japonés que conquistó la popularidad en una serie de películas de acción al encarnar el icónico papel del Ninja.

Imagen: Sho Kosugi, artista marcial y actor japonés

Dentro de las páginas de este libro, Kenji Okura nos brinda una oportunidad única al compartir con nosotros una leyenda que se ha transmitido a través de las generaciones y que se conoce como "La nueva amenaza". Hoy, deseo extenderles esta narración, especialmente a aquellos que, como yo, vivieron aquella época. Los invito a sumergirse en este relato, a dejarse envolver por su misterio y disfrutar de la lectura como un viaje al pasado lleno de fascinantes descubrimientos, comencemos...

La leyenda del Samurái y el Ninja: “La nueva amenaza”

Demos un gigantesco paso atrás en la historia japonesa, e imaginemos a uno de sus soldados feudales, sirviendo en el siglo XV, bajo las órdenes de un amo guerrero ansioso, como todos sus pares, de alcanzar y conservar el poder sobre su territorio y los que rodeaban a su feudo.

Los influyentes señores de la guerra vivían una constante vida de intrigas y luchas internas, intentando incesantemente afirmar su poderío político y militar, y apoyando sus esfuerzos palaciegos por medio de nutridas cortes de samuráis, como el Bushi.

Como todo guerrero profesional, altamente entrenado y especializado en el combate cuerpo a cuerpo, nuestro hombre ha tenido numerables ocasiones de defender la gloria de su amo en el campo de batalla, y en cada oportunidad que lo hizo, enfrentó a la muerte en un estado de serenidad total, como lo exigían los códigos éticos no escritos de los combatientes de la época. Jamás la sombra de una duda o temor pasó por su mente en el momento de esgrimir su sable contra un enemigo; su espíritu de lucha nunca lo abandonó en esos instantes de sangre y acero, y sus hazañas de guerra lo han convertido ya en un héroe y leyenda de su tiempo.

Sin embargo, en esa noche, mientras cumple su ronda de guardia sobre las murallas de la fortaleza de su señor, el guerrero experimenta una sensación casi inquietante por su infrecuencia; mientras permanece allí, en la helada oscuridad de la noche invernal, una extraña e indescriptible tensión comienza a manifestarse en su interior. El sentimiento es absolutamente nuevo, y sus ojos se esfuerzan por atravesar la negrura de la noche... la delgada forma de la luna menguante no contribuye a calmar su intranquilidad, y sus oídos se tienden infructuosamente en busca del más mínimo rasgo de peligro. Nada parece turbar la tranquilidad de la noche... solo los sonidos naturales en las sombras invernales. Una suave brisa encrespa ligeramente la superficie del foso que se extiende a sus pies, y la tensión del centinela parece crear insólitas figuras de alguien... o algo... deslizándose en la oscuridad.

La sensación crece hasta transformar sus nervios en la cuerda de un arco a punto de disparar, y el hombre trata desesperadamente de encontrar una razón para su inquietud. El veterano Samurái camina de un lado a otro de la muralla, tratando de librarse de la extraña sensación que lo acosa, y repentinamente centellea en su mente el sentimiento más vergonzoso que un soldado puede admitir. La tensión y la inquietud que experimenta no son más que una manifestación del más puro y simple... ¡¡miedo!!. Por primera vez en su vida, el veterano guerrero se siente aterrorizado.

¿Qué puede haber despertado ese temor? Enfrentando a un enemigo visible, no hubiera titubeado en lo más mínimo y su agresor habría lamentado su osadía; pero ahora todo se aclara en su mente... la razón para su repentino temor, su vergonzante temor... Esta noche, el fiero comandante de la guardia, a quien él reemplazará algún día, previno a todos los centinelas sobre la creciente actividad por los alrededores de los temibles maestros del engaño y la invisibilidad... los super asesinos que el pueblo ha bautizado con el nombre de Ninjas, que ahora obedeciendo a su inveterada condición de mercenarios, actúan bajo las órdenes del más acérrimo enemigo de su señor.

Desde hace algunos días atrás, todos los guardias habían sido advertidos repetidamente del riesgo de una invasión, de modo que ninguna forma de infiltración pusiera en peligro las vidas de los habitantes del castillo.

Hasta donde alcanza su memoria, nuestro guerrero jamás ha visto un Ninja (muy pocas personas lo han hecho y vivido para contarlo)... pero no duda ni un instante de su existencia. Sin ir más lejos, el verano pasado había participado en una serie de entrenamientos especiales, destinados a terminar con la amenaza de esos asesinos, que a costa de innumerables víctimas han logrado hacer tristemente famoso el arte del marcial Shinobi, o como más popularmente se lo conoce el Ninjutsu.

El centinela sabe que el Ninjutsu incluye una enorme variedad de técnicas de espionaje y combate cuerpo a cuerpo, que convierte a los Ninjas, sus practicantes, en guerreros prácticamente invencibles, y recuerda muy bien la mirada de terror en los rostros de los escasos testigos sobrevivientes de sus ataques. Había quienes contaban haber visto Ninjas caminar sobre el agua, permanecer bajo la superficie más de un día sin emerger en absoluto, o caminar y correr con la sutileza, que podían matar a una persona sin que ésta percibiera su presencia. El Ninjutsu, según las tradiciones orales, capacitaba a sus cultores para escalar muros que desafiaban a los seres humanos normales, correr y saltar más alto que cualquiera de ellos, o incluso desaparecer ante sus mismos ojos.

El pueblo siempre había considerado a los Ninjas como seres sobrenaturales, pero para un Samurái no eran más que simples humanos de carne y hueso, a los que una espada bien manejada podría sin duda poner en su lugar rápidamente.

Pero entonces; ¿por qué aquel miedo incomprensible? ¿Qué es el miedo sino una tonta sensación, producto de la ignorancia, y la ciega aceptación de ella como sustituto de la razón y el conocimiento? Con todo su período de guardia por delante, y la oscuridad de la noche ante sus ojos, el guerrero sabía que dispondría de todo el tiempo necesario para repasar todos sus conocimientos sobre aquellos fríos asesinos, y de esa manera liberarse de aquel terror irracional que atenazaba su garganta.

Una suave sonrisa de autosuficiencia comenzó a insinuarse en la comisura de sus labios... y aún permanecía allí cuando la afilada hoja del "Shuriken" atravesó su corazón…

Kenji Okura

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